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Nuevos monopolios

Hay un tema en cierta forma recurrente en la informática y, más en general, en las TIC: el poder real de los monopolios tecnológicos. Lo cierto es que la informática parece tender a favorecer las opciones monopolistas.


No se trata de un monopolio de iure (como la vieja Tabacalera Española, la Campsa  o la Telefónica de antaño), sino que, al menos en informática, acaba produciéndose un monopolio no necesariamente amparado por leyes ad hoc, sino, simplemente, un monopolio que se crea de facto, por el uso común de determinadas interfaces y por el peso de determinadas empresas.


En Estados Unidos, desde la preponderancia de la petrolera Standard Oil de Rockefeller, apareció en 1890 la ley Sherman antimonopolio (antitrust) que, con el paso del tiempo, ha sido aplicada (con un final más o menos «adaptado» a cada situación, y a veces sin efecto real…) a muchas de las grandes compañías de las TIC: Bell Telephone, IBM, Microsoft, y otras.


En el teórico mercado de competencia perfecta (ése del que hablan muchos economistas pero que, simplemente, prácticamente no existe…), el monopolio no es una buena solución: precios establecidos al margen del mercado competitivo, productos no necesariamente mejores (¿para qué mejorar si ya se venden prácticamente por sí solos gracias al poder del monopolio?), etc.


En la década de los sesenta y setenta, cuando el monopolio dominante era IBM que poseía más del 70% u 80% del mercado (según los países) acabé con una convicción firme: si las otras compañías querían arañar una parte del mercado de IBM, sólo podían lograrlo con productos mejores y más competitivos ya sea en el hardware, en el software o los servicios.


Por ejemplo, IBM se limitó en los años setenta a la base de datos IMS de estructura jerárquica (al final un tanto «parcheada» para mejorar lo que su estructura de simple jerarquía no podía lograr). Mientras tanto, primero General Electric (IDS de Charles Bachman) y luego Honeywell-Bull, Univac o DEC ofrecían en los setenta una base de datos en red, de una semántica mucho más poderosa y más eficientes.


Sólo con productos mejores, los clientes se atrevían a dejar de comprar a la empresa monopolista o, para ser más rigurosos, la que encabezaba de manera marcadamente desigual un mercado oligopolista con clara tendencia al monopolio.


Más recientemente, nuevas compañías de gran nombre en la informática en red en la que ahora vivimos, ejercen otro tipo de monopolios.


Hace años, les comentaba aquí un documental que uso con mis estudiantes: «Google: behind the screen» (2006) o, también, «The Truth according to Wikipedia» (2008) en los cuales las acusaciones de monopolio revisten otro enfoque.


Ya no se trata del aspecto económico, sino de otro tipo de monopolio. Por ejemplo, la idea de Google de crear una biblioteca universal digitalizando libros de todo tipo (el proyecto Google Book & Search), ha servido para acusarla de querer monopolizar el futuro de los libros o incluso poder llegar a cobrar por ponerlos a nuestra disposición. Que conste que yo no lo veo tan mal: acepto que se me cobre por consultar un libro en lugar de tener que pagar un billete de avión de ida y vuelta y una estancia de unos días para ir a consultar el original en, por ejemplo, la Universidad de Harvard (una de las muchas que cedió sus libros a Google). Si el precio que pueda poner Google en el futuro es excesivo, ya decidiré yo la opción que más me interese.


También se acusa a Wikipedia de convertirse en la verdad oficial para casi todo: si consultamos sólo la Wikipedia (al menos la mayoría de mis estudiantes lo hacen así), la «verdad» que nos ofrece Wikipedia acaba convirtiéndose en La Verdad en mayúsculas, la única disponible. Eso me parece peor: la verdadera cultura se adquiere con el contraste de pareceres y una única «verdad» es lo mismo que falsedad. Aunque, en mi opinión, hoy por hoy, Wikipedia muestra todavía diversas opciones (por ejemplo, habla de «darwinismo» y, también, de algo llamado «diseño inteligente» que ya no pertenece al ámbito de la ciencia…).


Y extiendan el fenómeno a Facebook o Twitter. Otros monopolios de facto: lo típico en informática. Curioso, ¿no?

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