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Nuevas dependencias, por Miquel Barceló

Hace tiempo que deseaba comentar la manera cómo estamos cayendo en manos de la dependencia más grosera respecto de las llamadas “nuevas tecnologías”. Y seguro que, en ligeros apuntes, ya lo he hecho alguna que otra vez en estos Temporales. La dependencia creciente y la arriesgada inmediatez de su uso, demasiadas veces irreflexivo, no sé si nos hacen más mal que bien.

Tal vez sea por ser personalmente algo refractario a caer en dependencias de todo tipo, cada vez me sorprende más la manera cómo la gente está “colgada” de sus gadgets tecnológicos, olvidando que la tecnología existe para ser usada y no para que sus usuarios sean “usados” por ella…

La gota que ha colmado el vaso ha sido una foto. Apareció el 12 de julio de 1015 en el dominical “Mg magazine” de La Vanguardia. Allí, en la página 52, hay una foto a doble página con el título “Conexión etérea” y a fe que el ejemplo no podría ser más “conectado” ni más “etéreo”.

El título/comentario que los periodistas dan a esa foto es simple: “Varias bailarinas del Ballet del Teatro de San Petersburgo aprovechan una pausa para consultar sus móviles en el ballet romántico Giselle, previo al inicio de la temporada oficial en Johannesburgo (Sudáfrica)”. Y resulta evidente la contradicción entre esas bailarinas vestidas de tules y los smartphones que consultan (uno de ellos iluminando incluso la cara de la bailarina “usuaria”). Poco romanticismo parece haber en ese recurso tan manido a los teléfonos móviles inteligentes. Incluso en lugares que perecen llamados a otras actividades y/o intereses.

Pero no es el único caso.

Los medios públicos de transporte nos suelen ofrecer hoy la imagen de gente pendiente de sus teléfonos inteligentes hasta grados que, sólo diez años atrás, hubieran sido insospechados. Cierto es que este es un país en el que se lee poco, pero aunque en los medios de transporte públicos se podría leer un e-book o incluso hacerlo con el smartphone de turno, la mayoría lo usan para jugar (esos juegos “simplones” para uso y disfrute de todos, como el famoso Candy Crush Saga de King del que hablábamos aquí ya en enero de 2014) o seguir la rueda de mensajes (tan a menudo sumamente intrascendentes…) de los múltiples foros de WhatsApp u otras cosas parecidas. Esos juegos, esos usos de WhatsApp vienen a ser un uso de la tecnología como simple pasatiempo. Entendido ese pasatiempo como un verdadero “matar” el tiempo en espera de otras opciones que, ¡ay!, me temo acaben siendo otros usos de los smartphones

Siempre he sentido como una limitación el hecho de que los días tengan sólo veinticuatro horas, y las suelo llenar, incluso durmiendo poco, con infinidad de cosas que no incluyen por ahora el uso y abuso de los teléfonos móviles. Por eso me cuesta entender este uso y abuso. He vivido demasiados años, pongamos una cincuentena, sin necesidad de usar a todas horas un ordenador portátil como es, en realidad, un smartphone actual, y lo cierto es que mi tiempo se llena demasiado pronto sin ello.

Me sorprende, por ejemplo, ver a mi hijo y su pareja colgados de sus smartphones cuando vienen a vernos a casa. Afortunadamente eso deja abierta la posibilidad de que seamos los abuelos (los “iaios”…) quienes cuidemos de mi nieto y juguemos con él. Aunque, eso sí, a los dos años escasos, el chaval parece saber operar el smartphone de sus padres para disfrutar un rato de las canciones y danzas de, por poner un ejemplo, los “cavallets d’Olot”. Aunque al menos conmigo y con su abuela el niño juego a muchas otras cosas (es lógico: los smartphones de sus padres están colapsados en su uso por los titulares…).

Por una parte no se me ocultan las ventajas de esos teléfonos móviles inteligentes, pero por otra parte, me parece que haría falta una escuela de cómo deberían usarse. Empezamos a ser demasiado dependientes de nuestra tecnología, sin saber muy claramente porqué. Esa sensación de inmediatez (que tantas tonterías irreflexivas deja caer en las redes sociales, ver el Temporal de octubre de 2013) y esa sensación de tener todo a nuestro alcance, parece perturbar la realidad: tenemos la tecnología para usarla, no para que nos use.

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